Hoy es nochebuena y mañana... también debería de serlo. Estamos acostumbrados como buenos humanos a todo el año volverlo una rutina idéntica al anterior y así al infinito. ¿Qué seríamos sin las costumbres, felicidad segura y previsible?. Pero uno al andar un poco esta misma ciudad, estas mismas fechas, advierte al menos que cada vez y como buenos fatalistas, hay más escépticos, el rebaño adelgaza a fuerza de golpes. Este año ha pasado entre la inercia y las ganas de sacudirse después de tocar fondo, así como esos once futbolistas que estuvieron tan cerca de la tragedia y de pronto mágicamente el equipo nacional se puso la camiseta del dueño del negocio, así como en el zócalo tenemos un gran árbol de nuestro refresco nacional. Símbolos aquí y por allá de un país, una ciudad que cada vez es menos nuestra, que se ofrece al mejor postor y debemos pagar por seguir habitando. El sistema es implacable y palabras como represión, anarquía, protesta, reforma, simulación vuelven a nuestro vocabulario que yacía en los anaqueles de la historia sesentera. Entonces cómo esperanzar una noche buena entre tantas dudas, fantasmas y frío inmovilizador más que pensando que todo infierno o tormento tiene final. Y es que nadie nos puede quitar que siempre somos nosotros mismos los responsables de nuestra cíclica tragedia así como lo afirma Meyer en su más reciente libro. Con orgullo un tanto sarcástico podemos jactarnos que en realidad a nadie más hay que echar la culpa de nuestros desastres y lógicamente nadie más tendría derecho a proclamarse libertario, revolucionario o al menos, distinto. En nuestros dulces y amables terrenos, la música, el arte y la cultura no apagan su voz, en medio de este gran hoyo podemos mencionarles discos, libros, conciertos, espectáculos y eventos que nos mantuvieron con la llama encendida. No todo está perdido, nuestra ciudad hecha de antenas y bocinas no dormirá, préndete con nosotros, hagamos noche y buena, hoy y siempre.
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