Apenas
éste es el segundo año en que se celebra el Día Mundial de la Radio. Qué más
decir de este noble y maravilloso medio que nos permite comunicarnos con la
verdadera naturaleza humana, su palabra, su voz. Más cálido que una ventana con
millones de colores, a esta bocina le basta ser escuchada y es tan poderosa que
ni el interés ni el capital han podido frenar su esencia libertaria. Algunos de
los primeros intentos de radiodifundir consistieron en transmitir música a los
barcos o compartir unos viniles desde la torre Eiffel. Era eso un juego, una
nueva aventura de transmitir más allá de la distancia, cruzar el aire y volver
el arte, el pensamiento, la cultura una sólida amalgama que compartimos, que
tenemos en común. Y no es el que tiene el micrófono ni los cables-tripas de
esperpénticos cuerpos de fierro quienes hacen la radio, así como los pioneros,
aficionados y en gran medida locos siempre tuvieron en mente al otro, al que
esperaría con una solitaria varita sorprenderse con su propia cajita mágica. En
Argentina lograron el milagro de transmitir por primera vez en una primera
estación de soñadores, por cierto, llamados los “locos de la azotea”. Por eso,
creemos no estar tan lejos de nuestros ancestros y recordando aquella tarde
veraniega en que echamos a andar nuestro peculiar teatro llamado cabina
púrpura. Qué habría sido de nuestros padres sin las radionovelas, cómo se
habría formado la sustancia de nuestra alma sin la educación ya sea de los
charros cantores, los melenudos británicos, los fresas rockeros, los tríos
boleristas, los radioactivos, los hippies antes de que se domesticarán a
hipsters, nada tendría sentido en este mundo que se derrumba. Y sí, en efecto,
se puede caer el sistema, la red, hasta el Vaticano, pero la telaraña más
fuerte e invisible es la que hemos tendido entre quienes seguiremos en rebeldía y los que continúan esperanzados con escuchar un eco, un
reflejo de sus aspiraciones, sus utopías vueltas realidad en tres minutos y
medio. Si logramos darle la vuelta al vinil y traerlo al siglo XXI, por qué no
pensar que la radio libre está cerca de atravesar los senderos y llegar de
nuevo a su hogar preferido: el corazón.
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