Vivir debe ser algo más que beber
líquidos gasificados y otros fermentados espiritosos Es lo que muchos creemos
pero después de un largo y frío camino en los últimos días del invierno, parece
que la vida está cambiando. Hace más de diez años el festival iberoamericano de
rock era básicamente un encuentro de bandas que componían en nuestro idioma y
con influencias de sus respectivas músicas populares y por otro lado algunas
bandas reinantes del brit pop visitaban teatros y palacios citadinos. Hoy, un
fin de semana, congrega a feligreses que llenarían más de un estadio para
“vivir” un variopinto compilado de nombres “artísticos” de aquí y de allá. Los
paréntesis no vienen desde el rencor o apatía de alguien que se quedó en casa a
escribir esto, al contrario, fuimos parte de la oleada en la fecha sabatina de
este gigantesco evento. Y podrá ser la edad pero alguien que vio nacer todo
esto queda por lo menos confundido de andar estos mismos caminos y constatar el
paso del reloj, aunque la tierra y el concreto sean básicamente lo mismo. Yo me
quedo con algo: el perpetuo abuelo que sigue gritando que viva el rock &
roll no logra respuesta cuando incita al pueblo a dar por enésima vez una loa a
sí mismos con un inusitado Viva México jamás respondido. Son nuevos
adolescentes, pasan la mayor parte de su tiempo frente a una pantalla o del
tamaño de sus narices o bien del tamaño de un camión que se encuentran en cada
escenario o hasta en el puesto de refrescos. Se hablan unos a otros digitando
vertiginosamente, dependientes de la conexión y aislándose día a día con la
descarga del momento, el video, el baile, la mejor pose. Son eternamente
jóvenes, no dudan, pero tampoco aciertan en discernir de la oferta
multiplataforma creada en los tentáculos de una industria que le tuitea al oído
qué escuchar, le guiñe al ojo lo que debe mirar y peor aún, le dicta por
anticipado qué pensar del futuro que está tan lejos como la agenda de boletos
disponibles. Por eso nadie comenta si entre un show y otro no hay gran diferencia
porque aquí tocó tal que antes estaba con fulano y ahora trabaja con sutano,
hermanos de aquel sonido, primos del que está por conquistarnos. Viejos en las
huestes otrora rocanroleras se ven obligados a alternar con primerizos que
supieron colocar su onda cimentada en un “look” internacional. Vive o bebe
latino, entonces da lo mismo, porque si antes era un momento definitorio para
saber quiénes somos en el concierto de la juventud global, de qué se tratan los
discursos, cuáles son nuestras distintas voces, hoy todo se puede ahogar con
unos buenos tragos. Actos impecables como Blur o el ancla psicodélica de Tame
Impala formaron parte de una fila desigual donde lo mismo hay una idea vendible
que una frase combativa. A fuerza de repetirnos la mentira de que una playera y
una señal con la mano nos vuelven rockeros contestatarios se ha vuelto una
verdad postapocalíptica. Difiero sólo en algo pertinente; los que hoy empuñan
guitarras o secuenciadores virtuales tuvieron su educación sentimental fincada
en la cúspide del pop sensiblero y compasivo de los noventa. Luego entonces, se
entiende esta actitud complaciente que los vuelve alternativos por bailar
cumbia o validar mares de lágrimas. Si sabemos que las fórmulas van mutando por
qué ambicionar vender más entradas a un espectáculo donde es imposible ver
todos los actos. Hay más y para todos sería
la respuesta oficial, y sí, sobra ahora de lo que no había y nos faltan nuevas
leyendas, bandas míticas que parecen ya no existir en este siglo. Mientras
diferimos y seguimos haciendo brecha, aceptemos la duda: ¿vive o bebe latino?
Y que viva el rock & roll…
Digerido el pastel de la lucha, resulta una gran mierda que su tufo dura 4 días...lo siento sólo 3 por que Morrisey le duele la cabeza.
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